Palabras de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la sede la UNESCO, París 07 de abril de 2008
Muchísimas gracias, buenas tardes a todos y a todas: es para mí un altísimo honor ser escuchada y recibida en este ámbito.
Quiero contarles que hoy por la mañana inauguramos junto al alcalde de París, una plaza aquí dedicada a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Quiero contarles también que siento un inmenso orgullo de representar a la República Argentina, no sólo en el carácter de primera Presidenta electa, sino esencialmente como ciudadana argentina poder mostrar a mi país como ejemplo en materia de vigencia de los derechos humanos.
Yo no creo en las casualidades y creo que esta oportunidad de estar estos dos días en París, ayer y hoy, ayer cuando recorrí las calles de París junto a miles de parisinos y parisinas que pedían la liberación de Ingrid Betancourt y de los otros detenidos por las FARC en Colombia, sentí como que estaba de alguna manera, más allá de mis convicciones personales en esta empresa, devolviendo aquí en París lo que fue la solidaridad de millones de franceses y francesas expresada en tantísimos comités de solidaridad con los exiliados argentinos y fundamentalmente en la condena al régimen que se instaló desde el 24 de marzo de 1976.
Creo, al igual que Kofi Annan, que los derechos humanos no sólo pueden ser un ejercicio discursivo o motivo de un momento, son, por sobre todas las cosas, el resultado de profundas convicciones, de experiencias históricas y esencialmente de la convicción de que lo que realmente nos universaliza a todos, ciudadanos de este mundo global, es precisamente la lucha y el compromiso con la vigencia irrestricta e incondicional de esos derechos humanos. De los de primera generación, que fueron los que pisotearon y se siguen pisoteando aún en el mundo a través de diferentes formas, en mi país fue el terrorismo de Estado, y también de los que denominamos de segunda generación, que es el derecho a una vida digna, a un trabajo, a una vivienda, a la salud, a la educación.
Y creo sinceramente que uno de los compromisos que más puede enaltecernos es ese. Porque en algunas otras cuestiones podemos tener visiones, cualquiera sea nuestra ubicación política partidaria e ideológica, pero creo precisamente que algo que universaliza la condición humana, algo que nos hermana por encima de nuestras pertenencias ideológicas y partidarias es precisamente eso, el respeto a la condición humana. Uno puede tener una orientación en cuanto a la economía, pensar que la educación puede tener tal o cual orientación, pero en definitiva lo que nos coloca a todos en un pie de igualdad es el respeto a esa condición humana, que yo creo que ha sido en definitiva y en la historia de la humanidad tal vez el no respeto a esa condición humana culpable de las tragedias que hemos vivido en toda nuestra historia como humanidad.
El hecho de ser mi país tal vez el que inaugura el primer espacio como patrimonio cultural de la memoria y los derechos humanos, simbolizado en el monumento que hoy constituye el Espacio de la Memoria en la República Argentina y que fue un centro clandestino de represión en el que también desaparecieron dos monjas francesas, creo que simboliza también el rol que hoy ocupa mi país en materia de derechos humanos.
No ha sido fácil llegar aquí, no ha sido la obra de los tres poderes del Estado únicamente la que ha permitido derrumbar el muro de impunidad; no ha sido el rol del Poder Ejecutivo, del Legislativo o el Judicial, que han tenido una participación importante en lo que ha sido el derrumbe legal de este estatuto de la impunidad, pero previo a ese derrumbe legal hubo un derrumbe cultural, ético y moral que lo llevaron adelante mujeres -en este año consagrado para la mujer- que con un pañuelo blanco en la cabeza, sin militancia ni experiencia política, salieron a la calle para reclamar primero por sus hijos y después por todos los demás. Creo que es en definitiva la experiencia más importante que podemos ofrecer, no sólo de democratización sino también de empezar por un reclamo individual para finalmente confluir, como no puede ser de otra manera en lo colectivo, que es precisamente lo que distingue a los hombres y a las mujeres cuando a partir de experiencias e historias personales construyen en conjunto la historia de los pueblos, que es en definitiva la que perdura y la que tiene trascendencia histórica y moral.
Por eso quiero agradecer esta inmensa distinción que se me ha conferido de hablar aquí ante la totalidad del Consejo, ante todos los países, para expresarles esto que no pretende ser un mensaje ni imponerse como una experiencia única e irrepetible, simplemente compartir con ustedes lo que fue nuestra experiencia como país, sin querer erigirnos en símbolo de nada ni de nadie, simplemente aportando lo que hemos podido construir con mucho trabajo, con mucho esfuerzo, con el sacrificio de hombres y mujeres y la labor inclaudicable de mujeres que no dudaron en salir a defender no solamente lo de ellas sino lo de todos.
Muchas gracias y buenas tardes a todas y a todos.