enero 13, 2004
Desendeudamiento: Néstor Kirchner en la Cumbre Extraordinaria de las Américas en Monterrey
Si la desigualdad gana la batalla no existe desarrollo sustentable y las caídas de gobiernos democráticos seguirán siendo moneda corriente. Gobernabilidad democrática está vinculado con viabilidad económica e inclusión social. Un programa económico no es sostenible si no incluye a la población.

 

Palabras de Néstor Kirchner en el cierre de la Cumbre de las Américas en Monterrey,  13 de enero de 2004.

Pensamos que es bueno aprovechar estos encuentros multilaterales para hacer conocer nuestra visión acerca de la marcha de la región. Compartimos que la mayor prueba que tiene que afrontar esta Cumbre y la que esperamos se pueda luego concretar en nuestro país es la creación de oportunidades reales para que la gente de nuestro hemisferio pueda mejorar su calidad de vida. Para ello es fundamental no aceptar el doble estándar que supone la dualidad crónica entre el discurso y la acción, entre lo que se programa y lo que se realiza. Mejorar la vida de nuestros conciudadanos requiere la puesta en práctica de medios adecuados a los fines que postulamos.

Para tener mejor democracia, más educación, mejor salud, más eficacia en la lucha contra la corrupción, más equidad, necesitamos dotarnos de herramientas apropiadas y controles que permitan ir midiendo los avances reales en casos y países concretos. El acceso a una educación de alta calidad, como el contar con un sistema de salud pública adecuado, resultan para nuestros pueblos condiciones necesarias parra lograr la inclusión en la economía de este nuevo milenio y con ello la concreción del ideal de la igualdad de oportunidades.

Sin una lucha frontal contra la corrupción no podrá incrementarse la calidad de nuestras democracias. El combate contra el flagelo de la corrupción y el de la evasión fiscal son caras de una misma moneda que pone a resguardo los fondos públicos para contar con los medios suficientes que permitan encarar la solución de los problemas que plantea la gobernabilidad. Un claro posicionamiento contra el terrorismo internacional y la adopción de políticas de inclusión y desarrollo de las que hablamos son centrales para incrementar la seguridad hemisférica.

Por otro lado, no se trata ya de conformarnos con el afianzamiento de la democratización que ha recorrido todo el hemisferio y aleja el fantasma de los gobiernos dictatoriales con sus secuelas de prácticas criminales de terrorismo de Estado, el derecho a vivir en democracia se ha ido integrando al patrimonio cívico de los americanos de modo creciente e irreversible. Se trata sí, en un marco de políticas que internalicen la necesidad de un manejo responsable, eficiente y sin corrupción de las finanzas públicas, de lograr un crecimiento sustentable en base a incremento de la producción, el crecimiento del empleo y de la ocupación en un marco de equidad distributiva.

El pasado reciente y la actualidad prueban día a día, a un altísimo costo, la fragilidad de los modelos que encandilados con los números de la macroeconomía, basados en el ajuste permanente y en la concentración del ingreso en unos pocos, generan la exclusión social de millones de hombres y mujeres de nuestro continente.

Si la desigualdad gana la batalla no existe desarrollo sustentable. Sin desarrollo sustentable las crisis institucionales y las caídas de gobiernos democráticos seguirán siendo moneda corriente en nuestro continente. Gobernabilidad democrática está definitivamente vinculado con viabilidad económica e inclusión social. Hemos aprendido con sufrimiento que un programa económico no es sostenible si no incluye a la población. En ningún país ningún programa puede convivir mucho tiempo con altas tasas de pobreza, desempleo e informalidad. El mundo necesita un nuevo paradigma de desarrollo inclusivo, equitativo. En síntesis, más justo. Los 2.800 millones de pobres, más de la mitad de la población mundial, son la demanda más urgente que emerge ante los que tienen responsabilidad de gobierno.

Debemos entender que los principios que fueron sostenidos a rajatabla en la década del 90, que van desde la apertura financiera indiscriminada y la desaparición del Estado a las privatizaciones a cualquier precio, fueron los que consolidaron un modelo de injusticia, de concentración económica, de quiebra de nuestras economías, profundizando hasta puntos extremos la injusta distribución del ingreso, la exclusión y la corrupción en nuestras naciones. La ampliación de la brecha entre países ricos y países pobres no contribuirá a la sustentabilidad de ningún modelo mundial.

El mundo no podrá seguir soportando la aparente paradoja de una economía en crecimiento que en paralelo nos haga sufrir el aumento del desempleo y la desigualdad, con su saldo de inédita profundización de la pobreza y la condena de millones de seres humanos a la desprotección social y a la exclusión. Es necesario internalizar un nuevo paradigma, que reconociendo que no existe desarrollo sostenido sin equidad valore de otro modo el cumplimiento de las metas fiscales y económicas. La única manera de hacer sustentable el proceso de desarrollo es el incremento de la creación permanente de riqueza. Hace falta que en los programas macroeconómicos la variable distributiva se tenga presente y lo esté activamente. Se trata de que se aumente la producción, la inversión y por ende la creación de riqueza, y de ayudar a distribuir mejor la riqueza que se crea.

La teoría del derrame o del goteo no ha funcionado, los organismos multilaterales deben tomar cuenta de ello. Resulta inaceptable, desde la más objetiva racionalidad, insistir con recetas que han fracasado. Sería una formidable demostración de salud institucional y comprensión económica reformular programas e instrumentos que reemplacen a los que fracasaron. Han quedado demostradas las limitaciones de la sola apertura e integración financiera, corregir entonces los problemas de inserción de países en desarrollo en la economía internacional es presupuesto básico para generar consenso y estabilidad.

Son esos elementos indispensables para reducir el nivel de conflictividad mundial. El camino del fortalecimiento del consumo interno de los países en desarrollo y el favorecimiento de una apertura simétrica de los mercados internacionales contribuirá a ese objetivo. La nueva estrategia de inserción internacional debe basarse en el proceso de integración productiva con fuerte interacción de aquellas naciones que poseen complementación comercial mutua. Por eso pensamos que no servirá cualquier Acuerdo de Libre Comercio de las Américas. Firmar un convenio no será un camino fácil ni directo a la prosperidad. El acuerdo posible será aquel que reconozca las diversidades y permita los beneficios mutuos. Un acuerdo no puede ser un camino de una sola vía, de prosperidad en una sola dirección; un acuerdo que no se haga cargo ni resuelva las fuertes asimetrías existentes no hará más que profundizar la injusticia y el quiebre de nuestras economías. Un acuerdo no puede resultar de una imposición en base a las relativas posiciones de fuerza.

Por el contrario, como en otras latitudes -está allí el testimonio de la Unión Europea- los acuerdos de integración comercial deben completar salvaguardas y compensaciones para los que sufren atrasos relativos de modo que el acuerdo no potencie sus debilidades. Cabe recordar que la liberación financiera tornó más vulnerables a las economías en desarrollo a los grupos de capitales, sus mercados se tornaron volátiles y proclives al contagio. Los fondos de inversión directa no alcanzaron a compensar los movimientos especulativos de los capitales financieros.

Para colmo, la subsistencia de las barreras arancelarias y para-arancelarias, la política de subsidios y el proteccionismo de los países centrales oponen trabas al comercio internacional. Como efecto de lo apuntado muchos países en desarrollo compartimos un diagnóstico común: debemos mucho y exportamos poco. Debe admitirse que nadie podrá honrar sus deudas si no puede crecer y vender sus productos. Facilitar la reestructuración no traumática y sostenible de deudas soberanas, contar con mecanismos de alerta temprana sobre situaciones de riesgo que eviten el sobrendeudamiento de los países, disminuir barreras y eliminar subsidios que permitan exportar, resultan asignaturas pendientes del mundo actual. Nuestro país tiene en el desarrollo sustentable con producción, trabajo y equidad un objetivo central.

Hemos iniciado un camino que poniendo en preponderante lugar el respeto de los derechos humanos y la dignidad del hombre e incrementando la calidad de nuestra democracia se dirige hacia el logro de un crecimiento sustentable con eje en lo productivo, el empleo y la equidad en la distribución del ingreso. Hoy crecemos en torno al 8 por ciento anual, con estabilidad de precios, crecimiento del nivel de consumo, de las exportaciones y de las importaciones, con creación de empleos y con un superávit fiscal primario sin precedentes en nuestro país. Intentamos clausurar un ciclo histórico que culminó en la más colosal crisis moral, cultural, política, social y económica, que nos arrastró hasta el fondo de un profundo abismo.

La solvencia fiscal, la prudencia monetaria, la flexibilización cambiaria, el fortalecimiento del consumo interno y la inclusión social, más una agresiva política exportadora, son pilares de nuestro programa económico. Sin embargo sufrimos presiones, incomprensión, indefiniciones y demoras de parte de los organismos internacionales que parecen no entender nuestra necesidad de crecer para resolver el problema de nuestra deuda de una manera eficaz.

En nuestro último y reciente acuerdo con el Fondo Monetario Internacional hemos acordado condiciones que estamos cumpliendo con esfuerzos límite, sin embargo surgen en forma permanente nuevas demandas y nuevas exigencias que parecen no querer ver la situación límite de nuestro país.

Asumiendo que nuestra deuda es un problema central mantenemos una posición que nos interesa aquí reafirmar: no podemos pagar de un modo que lesione las perspectivas de crecimiento económico y la gobernabilidad generando más pobreza, hambre, exclusión y conflictividad social. Esto ya se hizo y el resultado fue poner al país al borde de la ruptura institucional y la desintegración social. Por eso ratificamos la propuesta hecha por nuestro país en Dubai. Las máximas posibilidades de pago son las contenidas en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y esa propuesta de reestructuración resultaría un burdo engaño, nocivo para la Argentina y para el sistema financiero internacional que firmáramos o prometiéramos otra cosa de antemano destinada a fracasar por imposibilidad de cumplir.

Nadie obtendrá beneficios si se ahoga el crecimiento de nuestra economía. La falta de crecimiento imposibilitaría pagar siquiera lo comprometido con los organismos multilaterales; la falta de crecimiento mataría nuestras esperanzas y ya se sabe que nadie puede cobrar de los muertos.

La especialidad del caso de la deuda argentina indica la necesidad de realizar los análisis desde nuevas perspectivas sin caer en el error de pretender analizarla y resolverla con la metodología tradicional de los 90. Dos datos relevantes deben resaltarse para comprender cabalmente la situación; primero: el crecimiento desmesurado de esa deuda se aceleró y fue posible como consecuencia de un programa macroeconómico inviable, pero porque fue sostenido y financiado durante muchos años por los organismos multilaterales; segundo: nuestro caso no ha sido objeto de ningún salvataje de los organismos, como era usual en la década anterior, sino que enfrenta la exigencia del repago a aquellas entidades.

La ausencia de salvataje hace que los acreedores privados deban asumir que así como en su momento obtuvieron altísimos intereses, que les cubrieron de pérdidas un 30 por ciento anual, ganando en un año lo que otros ganan en 30, habían asumido un fuerte riesgo que hoy deben afrontar. Era en definitiva la envergadura del riesgo que asumían. Es una regla del capitalismo serio que los altos intereses respecto de la media internacional indiquen que el inversor ha optado por el riesgo en detrimento del valor seguridad.

En la mayor crisis de mi país me tocaba gobernar la provincia de Santa Cruz y retiré los fondos de mi país llevándolos a la Reserva Federal de los Estados Unidos a una tasa de un 1 por ciento anual, mientras había gente que invertía en mi país al 30 por ciento anual, ganando en un año lo que nosotros nos proponíamos ganar en 30. Cuando uno tiene altas tasas de interés asume como meta el riesgo y no la seguridad de la inversión. En esas condiciones no resulta inmoral ni racional la protección que por allí se postula a favor de quien manejó sus fondos como si concurriera a un casino de juego. El camino más razonable es el de revalorizar el crecimiento para resolver de un modo estratégico este tema tan urticante.

Para finalizar, debemos despojarnos de toda hipocresía y en el intento de construir vínculos maduros, racionales y de mutua conveniencia buscar precisiones en otro tema de interés hemisférico. Descontamos que la presencia en nuestra reunión de la primera potencia mundial, parte de nuestro hemisferio, tiene el sentido de canalizar de algún modo la ayuda estadounidense a sus vecinos americanos. En definitiva, el Consenso de Monterrey se postula como la búsqueda del financiamiento para el desarrollo.

Recordamos los grandes esfuerzos que el pueblo y el gobierno de los Estados Unidos hicieron para la reconstrucción de Europa en la implementación de lo que se conociera como Plan Marshall. Son aun recientes las manifestaciones en el ámbito internacional en pos de concretar el perdón para la deuda iraquí en función de que habían sido créditos obtenidos por un dictador. Queremos entonces aquí recordar que el continente americano, hoy con gobernantes elegidos por sus pueblos, ha visto muchas dictaduras de toda especie y ha sufrido por ello en carne propia. En nuestro caso, sólo para recordar un ejemplo, durante el período 1976-1983 se concretó el más acelerado y significativo crecimiento relativo de nuestra deuda, que se incrementó entonces en un 364 por ciento. Sólo se le acerca al ritmo de crecimiento de la deuda el período de 1989 a 1999, que lo ubicó en un 123 por ciento. Es obvio que esta reunión agrupa a países y realidades muy diferentes, donde unos pueden aportar más que otros.

El continente americano necesita la ayuda de Estados Unidos para su desarrollo, para su crecimiento, para la sustentabilidad de sus sociedades. Sería muy bueno que los gobernantes de Estados Unidos se dispongan juntamente a nosotros, con el espíritu que le animó para ayudar a Europa, con el criterio de compensación que se postula el perdón de la deuda en otras latitudes, a ayudar a América a crecer con fondos que lleven a ese destino y a obtener sustanciales rebajas de sus deudas.

Necesitamos que América mire a América. Creemos que los principios contenidos en el Documento Final de la Conferencia Internacional sobre la Financiación del Desarrollo, conocido como el Consenso de Monterrey, suscrito aquí los días 21 y 22 de marzo de 2002, son una buena base para comenzar a diseñar desde aquí un verdadero Plan Marshall con ayuda para todo el continente americano.

Por último, no quiero dejar de pasar esta ocasión, que sirva además para invitarles a continuar estas discusiones en mi Patria, la República Argentina, para condenar con firmeza el terrorismo internacional, comprometiendo todo el esfuerzo de mi país para la prevención, el esclarecimiento y castigo de cualquier acción de terrorismo que nos agreda. Nos han agredido con atentados a la embajada de Israel y a la sede de la AMIA y la DAIA en la Argentina, como los trágicos sucesos del 11 de septiembre, que asolaron Nueva York y la conciencia de la humanidad.

Ya para finalizar queremos dejar planteada la necesidad de adoptar firmes políticas de defensa de los derechos humanos, de la dignidad del hombre, a la par de un ferviente combate contra la impunidad y la corrupción, como el sendero más seguro que propicie la continuidad y mejora de nuestras democracias. Integración equitativa y multilateralidad son las claves de un porvenir donde el mundo sea un lugar equilibrado y más seguro. Si trabajamos con coraje y decisión, si concretamos nuestras acciones y si nuestros discursos los transformamos en realidades, si somos capaces de construir la convivencia y la solidaridad en América y si entendemos que tenemos objetivos y caminos comunes, yo sé que todos los presidentes de esta querida América vamos a alcanzar la síntesis que nos permita definitivamente construir una alternativa donde la justicia, la equidad, la convivencia, el combate al terrorismo internacional y la inclusión social se conviertan en banderas corrientes en nuestra tierra.

Por eso hago desde aquí, desde todo el sentir del espíritu de los argentinos, una fuerte convocatoria a tener el coraje decisorio para construir las nuevas políticas que necesitan los hombres y las mujeres de América para ver que la justicia social no es un discurso, para ver que la inclusión social no es un discurso y para ver que un nuevo tiempo y un nuevo mundo es posible si vencemos la corrupción y la desesperanza.

Muchísimas gracias.

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