diciembre 26, 2016
El factor Barañao
Columna de opinión de Roberto Caballero.

 

Lino Barañao fue el ministro de una política realmente exitosa del kirchnerismo. Ahora, también como ministro pero del gobierno de Mauricio Macri, se transformó en el rostro de lo inverso: una política de recortes presupuestarios que desmorona los avances conseguidos en el área de Ciencia y Tecnología durante doce años y medio. Barañao fomentó hasta hace un año la repatriación de los científicos como funcionario del anterior gobierno y ahora no sólo les impide la entrada en el Conicet: hasta les recomienda que se vayan a la órbita privada o al extranjero nuevamente. Es difícil asistir a una conversión tan flagrante. Un caso a lo Dr. Jekill y Mr. Hyde en tiempo real, que desnuda cuánto hay de convicción y cuánto de otras cosas en los funcionarios que acompañan a un jefe de Estado.

Puede ser desmoralizante para muchos comprobar que alguien a quien consideraban parte de un proyecto caiga en la trampa de convertirse en su exacto opuesto luego de un resultado electoral adverso. Pero el caso de Barañao no deja de ser -también- dolorosamente didáctico, porque explica el rol que juegan los narcisismos y los personalismos en la crisis de representación dirigencial que atraviesa a la política argentina.

Barañao fue ministro de Cristina Kirchner. Fue, también, ministro de una determinada política, que contó con el apoyo y los presupuestos necesarios para ser eficazmente ejecutada en el marco de un modelo general de país propiciado por la presidenta de entonces, mandatada por el voto ciudadano. Quizá Barañao se haya convencido en algún momento de que la gestión fue exitosa por su exclusiva impronta y que con cualquier otro en su lugar hubiera fracasado. Sin esa mínima autoestima es imposible gestionar nada, es verdad; ahora, cuando esa autoestima pasa a la omnipotencia puede confundir y hasta envilecer al más lúcido.

Lo que demuestra la toma de estos días en el Ministerio de Ciencia y Técnica es que importan las personas inteligentes, los ministros probos, pero sobre todo, las políticas públicas alentadas por quien detenta y administra el verdadero poder para que se vean concretadas. Barañao fue el ministro rutilante de un modelo que tomaba la inversión en ciencia y técnica como un asunto estratégico para el país y pasó a ser el gris administrador de un ministerio bajo otro modelo que considera que la ciencia y la tecnología, más que producirla y fomentarla fronteras adentro, conviene importarla desde los países centrales. De la repatriación a la expulsión de los científicos pasó apenas un año. Barañao es el mismo, en otro contexto, que lo condujo de la cúspide a la portería de la historia para verla pasar, simplemente. A veces, el narcisismo juega malas pasadas.

Pero Baraño no es el único que creyó que su linterna personal alumbraba el día. Hay varios funcionarios que se consideraban a sí mismos pilares centrales del modelo vigente hasta diciembre de 2015, lugar desde el cual le exigían a CFK ir por más o ir por menos -depende- y hoy son apenas funcionales a un modelo inverso por donde se lo mire, con una imagen social desdibujada y buscando amparo en los diarios de los que antes abominaban. Es curioso. ¿El problema político, entonces, no era CFK? ¿Eran ellos? Es probable. O porque no estaban muy convencidos de lo que defendían hace un año. O porque las suyas siempre fueron excusas indirectas para perfilarse como distintos empujados por simple vanidad, para luego abandonar el barco una vez que éste dejara de navegar por las aguas del poder. Tal vez, las dos cosas.

Además de Barañao, hay ex jefes de Gabinete de los dos gobiernos kirchneristas, ex titulares de ANSES, ex ministros de Transportes, presidentes de bancadas senatoriales, la lista es grande. Todos tuvieron la mejor versión de sí mismos -buenas gestiones, reconocimiento popular, poder presupuestario- con CFK en la presidencia. Sin embargo, a la vez que entran en fase de deslucimiento público, hoy abjuran de ella y de sus políticas. ¿Sólo porque ella no está en condiciones de iluminarlos? ¿Suponían que la buena estrella personal iba con ellos adónde quisieran ir? ¿O porque quisieron ser, en esencia, funcionarios, diputados, senadores del modelo que les garantice serlo, sin que importe demasiado el modelo al cual servir? Son preguntas. En ninguna se juega la moralidad de las personas, valga la aclaración. Solo se trata de comprender las razones de sus decisiones políticas, a la luz de los deslucidos resultados obtenidos por muchos de ellos de un año a esta parte, haciendo lo que hicieron.

De CFK al tándem Macri y Massa hay un abismo de diferencias. No se puede llegar a sus costas por el mismo camino, salvo que la brújula sea alimentar la voracidad del propio narcisismo contado en autos, secretarias, garantías de inmunidad judicial y zócalos positivos en la tele.

No es lo mismo juzgar a los genocidas que mantener en cautiverio a Milagros Sala. Defender una cosa te pone en un lugar. Defender la segunda, en la vereda de enfrente. No es lo mismo estatizar Aerolíneas Argentinas que abrirle las puertas a LAN perjudicando a la aerolínea de bandera. No es lo mismo defender la inclusión previsional que apoyar al gobierno que acepta el monitoreo del FMI que viene con la exigencia de elevar a 65 años la edad jubilatoria de las mujeres. No es lo mismo negociar quitas de deuda real que facilitar el endeudamiento alegre de varias generaciones de argentinos. No es lo mismo intentar adecuar al monopolio Clarín que votarle los decretos a Macri que desguazaron la Ley de Medios. No es lo mismo generar trabajo que destruirlo. No es lo mismo apoyar las retenciones que quitarlas. No es lo mismo querer industrializar la Argentina que asumir y decidir que la producción y la manufactura del cuero pasa de la órbita de la secretaría de industrias a la de ganadería.

Cuando se habla de la actual crisis de representación política se la explica poco. Hay un modelo que votó la mitad más uno de la sociedad. Otro modelo que votó la mitad menos uno. El gobierno gestiona con mayorías parlamentarias eventuales que no reflejan la realidad del voto 2015. Lo hace gracias a los aportes del massismo, de ex kirchneristas, de peronistas provinciales, que funcionan como rueda de auxilio de las necesidades del macrismo y creen que todo es lo mismo. El Congreso hoy funciona con números que no son los del resultado electoral parlamentario de octubre y, mucho menos, las del último balotaje. Más bien refleja el de las encuestas manipuladas por al área de márketing y comunicación de Cambiemos, a las que los diarios, las radios y los canales oficialistas dan verosimilitud. Este esquema tiene colonizada la opinión de un grupo de legisladores que fueron votados para una cosa y hacen otra. En realidad, el relato les brinda coartada para ser oficialistas sin aparentarlo demasiado. Son los dadores de gobernabilidad, los socios del actual modelo de ajuste, que agrede a muchos de los votantes que los pusieron en sus bancas para que actúen diferente y no respondan con los reflejos de la vieja política. Ahí hay una representación vacante, traicionada. El 2017 quizá ponga las cosas en orden, nuevamente.

Para que eso ocurra, hay que volver a hacer historia. La del 2001 fue una crisis económica, pero también de representación política. El “que se vayan todos” la resume. Una sociedad hastiada de políticos, banqueros, economistas y comunicadores que le decían que todo estaba en orden cuando ante sus ojos se producía el derrumbe. Es verdad: muchos de esos que se habían ido volvieron. Y con el voto popular. Pero para hacer las mismas cosas y, es sabido, que las recetas que se repiten obtienen idénticos resultados. El año que viene, en las legislativas, se jugará el nivel de conciencia política de la sociedad argentina después de casi dos años de aplicación de políticas neoliberales. También será la oportunidad de corregir la anomalía de la representación saqueada a las urnas por la eficaz pero no por eso menos maliciosa maquinaria comunicacional de Marcos Peña y Jaime Duran Barba.
Maquinaria de colonización que explica, entre otras cosas, las decisiones de Barañao y tantos otros que juzgaron que la única diferencia entre el modelo anterior y el vigente eran ellos.

Además, claro, del narcisismo y de las ganas de estar siempre del lado vencedor, cosa que en política, se sabe, nunca es para siempre. «

 

TiempoAR

 

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